¿No te comprenden?

Y Ana le respondió diciendo: no Señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. (1 Samuel 1:15)

El diálogo con su madre la había dejado en pedazos. Ingrid se preguntaba cómo, una mujer tan inteligente y a la que había admirado siempre, se mostraba incapaz de aceptar la decisión de la hija.
-¡Te estás volviendo loca! ¡Te han hecho un lavaje cerebral! –le gritó.
Los ojos de aquella mujer dulce y amorosa destellaban fuego.
El único delito de Ingrid era haber descubierto verdades bíblicas y querer respetarlas. Si al menos, la madre aceptase estudiar la Biblia con ella para ver lo que la Palabra de Dios decía, pero la señora se negaba y simplemente respondía:
-¡Necesitas respetar la tradición de la familia!
¿Hasta qué punto la tradición está correcta? Ingrid se sentía incomprendida. Quería ser una persona mejor y la madre insistía en hacerla sentir peor. 
La joven se encontraba sola. Como una flor del desierto tratando de resistir el vendaval. ¿Alguna vez te sentiste así? Las personas te juzgan sin entender las razones de tu corazón. Te condenan injustamente. Te niegan el derecho de explicar.
El texto de hoy trae la historia de una mujer incomprendida, como Ingrid. Ana había ido al templo a orar, suplicar y clamar. Lo está haciendo en silencio aunque sus labios se movían. El silencio es el templo sagrado del alma, que mucha gente trata de profanar. En el silencio de su corazón, Ana conversaba con Dios.
El sacerdote la vio de lejos y pensó que estaba ebria. La juzgó y la condenó. A pesar de ser un líder religioso, fue incapaz de comprenderla.
Si hasta un ministro de Dios no logró entender el dolor de un corazón angustiado, ¿Qué podrías esperar de otras personas? ¡Sigue adelante! No permitas que la incomprensión ajena interrumpa tu comunión con Jesús. Él te oye. Sabe lo que necesitas. Conoce tu dolor. Eso es lo único que importa. Olvídate de lo que los otros piensan.
En tus horas de tristeza. Cuando sientas el corazón a punto de explotar dentro de ti. Cuando te veas inclinado a retrucar la agresión humana, piensa en la respuesta de Ana: “No señor, yo no he bebido vino ni sidra, sino que soy una mujer atribulada y estoy derramando mi alma delante de Jehová.”

 

Alejandro Bullon