¿Está contigo?
Y Jehová me dijo: Diles: No subáis, ni peleéis, pues no estoy entre vosotros; para que no seáis derrotados por vuestros enemigos. Deuteronomio 1:42
Sandro se da vuelta en la cama. Las horas pasan y no duerme. En la penumbra de su mente, se abrazan los recuerdos y los olvidos. Se encadenan sus miedos con sus fracasos. Y aquellas luchas internas parecen besar al niño escondido en lo recóndito de sus temores.
Sandro llora el dolor del fracaso. Su mundo ha caído en pedazos. Sus sueños se han transformado en pesadillas. Él se consideraba un águila surcando el espacio azul. El cielo infinito era su límite. Tal vez por eso su caída fue estrepitosa. Quién sabe por eso su orgullo sangra como herida abierta.
El Señor lo dijo muchas veces, pero da la impresión que la criatura insiste en no aprender. “No subas ni pelees si no estoy contigo. No te atrevas a enfrentar los desafíos que la vida te presenta, si no tienes la convicción de que estoy a tu lado.”
Sandro fue a la guerra solo. Al principio parecía que las cosas le iban bien. Que no necesitaba de Dios. Repentinamente, los vientos favorables de la economía empezaron a soplar en dirección contraria y el joven promisor percibió que su embarcación se iba a pique.
Lucho con todas sus fuerzas. Como un león hambriento buscando la sobrevivencia. Todo falló. El barco se hundió definitivamente y ahora Sandro llora el error de haber salido solo a enfrentar las batallas de la vida.
El otro día un hombre incrédulo me preguntó:
-¿Cuál es la ventaja de tener a Dios en los negocios? ¿No crees que Dios tenga mucho trabajo para resolver el problema de millones de niños que mueren de hambre todos los días? ¿Para qué colocar sobre sus hombros el trabajo que yo puedo hacer?
Sí, Dios se preocupa con los niños hambrientos, pero se preocupa también contigo y desea participar de tus sueños. Sandro no es la única persona que llora la tragedia de haber querido triunfar solo. Miles de cadáveres yacen en la historia como hojas secas llevadas por el viento del fracaso.
Por eso hoy, no salgas sin tener en cuenta el consejo divino: “No subáis, ni peleéis, pues no estoy entre vosotros; para que no seáis derrotados por vuestros enemigos.”