Mi tesoro

Ahora, pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éxodo 19:5 y 6

Siete de Julio de 1730. Isla de reunión, antigua Bourbon, en el mar Índico. Un pirata va a ser colgado en la horca, los soldados vigilan y el público observa. Ha llegado el fin para uno de los más ricos piratas del Índico, Olivier Levasseur, apodado “La Buse”, el halcón. Con la soga al cuello, antes de ser ejecutado, el intrépido ladrón de los mares, asombra a la multitud desde el patíbulo. Muestra un documento que había escondido entre sus ropas y exclama: “Mis tesoros para quien lo comprenda.”

Fue de esa forma que se dio inicio a una carrera desenfrenada en busca del supuesto tesoro de Levasseur. El desafío era descifrar un criptograma escrito por el pirata, en el que indica algún lugar en el mar índico, dónde el tesoro estaría escondido. Hasta el día de hoy nadie ha logrado encontrar el tesoro de Levasseur. En las últimas décadas ha sido buscado en las Islas Seychelles, pero todavía sin resultado.

Levasseur asaltó infinidad de barcos portugueses y franceses por todo el Índico. Su mayor golpe fue en 1721, cuando capturó un barco portugués cargado de ricos tesoros. Para disfrutar de sus riquezas, Levasseur se retiró a una isla cercana a Madagascar y llegó a un acuerdo con Francia para devolver alguno de los tesoros usurpados y conseguir el perdón, pero esto no pudo evitar que, tiempo después, terminara siendo capturado y ajusticiado. 

El versículo de hoy, también habla de un tesoro. Solo que en este caso el tesoro eres tú y el que buscó el tesoro y lo encontró es Jesús. Por lo tanto, vales mucho. No fuiste adquirido con oro ni con plata sino con la preciosa sangre de Jesús.

Para Él habría sido más cómodo crear otra generación de seres humanos y dejarnos abandonados a nuestro destino de muerte. Desde el punto de vista humano habría sido lo mejor en materia de costo-beneficio. Pero el amor de Dios no te valora por lo que eres o por lo que haces. Dios simplemente te ama a despecho de lo que hagas o no hagas. Lo único que Él espera de ti es que des oídos a su voz.

Con esa visión de tu valor, sal a enfrentar los desafíos de este día y recuerda la promesa divina: “Ahora, pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.”

Alejandro Bullon