Intercesor

Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Éxodo 32:32

¡Salvación! Dios trata de explicar al ser humano el precio de la salvación, de muchas maneras y en muchas formas. Cada incidente, cada historia, cada detalle de la Biblia, tiene que ver de una u otra forma con el tema de la salvación.  

En el jardín del Edén, es sacrificado un cordero. Su sangre es derramada y con su piel se resuelve el problema de la desnudez humana. Supongo que para Adán y Eva, en aquel momento no había bendición más grande. Para ellos, la bendición fue gratuita, pero no para el cordero. El inocente animal, sin tener culpa de nada tuvo que morir para resolver la tragedia causada por los seres humanos. El cordero era un símbolo de Jesús, que un día derramaría su sangre en la cruz del calvario.

El versículo de hoy presenta a Moisés como otro símbolo de Cristo. El pueblo había pecado y la consecuencia del pecado es la muerte, por lo tanto aquel pueblo debería morir, pero entonces se levanta Moisés, o mejor, se arrodilla y suplica a Dios que perdone a su pueblo, aunque para eso sea necesario que él muera. Moisés no había hecho nada de malo, él no merecía morir. Quien merecía la muerte era el pueblo, pero Moisés se ofrece a morir en su lugar. 

¿Coincidencia? ¡No! ¿Nobleza de Moisés? ¡Tampoco! Lo que Dios estaba haciendo era enseñar a su pueblo que la única manera de salvarse del pecado es creer en la muerte de un inocente en su lugar.

La Biblia es una carta de amor escrita con la tinta roja de la sangre de Cristo. El amor de Dios es el tema central. Un amor que sale de la simple letra y entra en el dolor de la acción.

¿Por quién intercedía Moisés? ¡Por un pueblo rebelde! Y ¿Por quién murió Jesús? El profeta Isaías describe a la raza contumaz y egoísta diciendo que todos se descarriaron, cada uno se fue por un camino diferente, pero a pesar de eso Dios hiso caer toda su culpa en una persona inocente que como un cordero, fue llevado al matadero y como una oveja, muda, delante de sus trasquiladores, enmudeció  y no abrió su boca.

¿Hasta qué punto eso conmueve tu corazón? ¿Hasta qué punto eso te motiva a amarlo y a andar en sus caminos? Deja de lado la inercia espiritual, deja la monotonía y la rutina. Renueva tu entrega al Señor y  hoy, antes de salir a la lucha de la vida piensa en las palabras de Moisés: “Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito.”

Alejandro Bullon