¡Cómo caíste!

¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. (Isaías 14:12).

Al verlo, Lidia sonrió. Los dientes blanquísimos brillaban como perlas en su boca. Ernesto nunca había visto un rostro tan bello, tan radiante, ni ojos tan llenos de vida y de sueños. Lidia tenía todo para ser una mujer triunfadora. ¿Quién no le abriría las puertas? Cuando deslizaba su cuerpo esbelto por las calles, hasta la vida parecía extenderle la alfombra roja.

Hay personas que nacen así. Como si Dios les confiase algo especial para alguna misión diferente. Lidia, era una de esas personas, resplandecía entre los mortales. Ernesto la amó desde el día que sus miradas se encontraron, pero cuando un día le declaró su amor, ella le dijo era una estrella que él jamás alcanzaría.

De repente, el “lucero de la mañana” empezó a creer que podía brillar sola y no necesitaba de nadie, ni de Dios, para nada. ¡Craso engaño! Brilló por algún tiempo, es verdad, subió a las alturas más encumbradas y desde allí observó a los otros seres humanos, como si fuesen inferiores a ella. Tal vez pensó que su luz jamás se apagaría. Muchos piensan así. Un día, Lucifer también pensó, pero el texto de hoy dice que aquel ángel de luz fue cortado y cayó a la tierra.

 Lidia también. Una noche, mientras regresaba de una fiesta, embriagada, perdió el control del vehículo y chocó contra un árbol. 

Los meses que siguieron al accidente fueron meses de lucha. Peleó la batalla de su vida para volver a andar, concentró todas sus fuerzas, gimió, lloró, echó mano de lo que tenía y de lo que no tenía para recuperar lo que el accidente le había quitado pero el resultado fue calamitoso, quedó limitada a una silla de ruedas para el resto de la vida.

Su vuelo vertiginoso hacía las estrellas fue cortado por su propia imprudencia, al dirigir embriagada pensando que era dueña de su destino. Ernesto, la siguió amando y un día, la llevó al altar en ese estado y cuidó de ella con cariño.

Hoy, tu cielo puede estar azul y sin nubes. Hoy, puedes brillar como el sol a medio día, pero recuerda que todo en tu vida le pertenece a Dios. Todo lo recibiste de Él. No te apoderes de lo que recibiste prestado. Si lo haces, un día la propia vida tal vez te diga: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.”

Alejandro Bullon