¡Arrepentíos!
Y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (Mateo 3:2)
La voz que clamaba en el desierto era la voz de Juan. Su mensaje era directo, claro, sin medias palabras. Él no estaba preocupado en ser políticamente correcto. Tampoco era grosero, al punto de no importarse con el sentimiento de las personas. Era un hombre de Dios y sabía que su misión era preparar el terreno para la llegada de Jesús. Su mensaje era el arrepentimiento. Arrepentirse, en griego metanoeo, significa cambiar de manera de pensar, dar media vuelta, reconocer que la senda que estás siguiendo está equivocada y regresar.
Para los judíos significaba devolverse a Dios. ¿Por qué devolverse? Porque te hiciste tuyo, cuando le perteneces a Dios; te apoderaste de la vida que el Señor sólo te prestó. Dijiste como el hijo pródigo. “Dame la parte de la hacienda que me pertenece,” cuando nada es tuyo.
Pero el pensamiento del texto de hoy, no es apenas un llamado al arrepentimiento, sino que muestra el secreto para el arrepentimiento. Porque el arrepentimiento genuino no es fruto del esfuerzo humano; ningún ser humano es capaz de reconocer que está errado y mucho menos de dar la media vuelta. El ser humano es terco por naturaleza. Y torpe. Porque, aunque sus intenciones sean las mejores, solo corre atrás de lo que le causa dolor.
Juan dice que el arrepentimiento es el resultado del acercamiento del reino de los cielos. Los otros evangelistas, llaman al reino de los cielos, “reino de Dios”. El Bautista se refiere a Jesús. Jesús se acerca y el resultado es el arrepentimiento. La iniciativa es divina. El señor no me deja abandonado a mi triste decisión. Es verdad que yo había escogido el camino del mal, pero Jesús se acerca, el reino de los cielos viene a mí para mostrarme cuán insensato soy y para mostrarme un camino mejor.
No intentes cambiar de vida solo. No lo lograrás. Morirás sangrando en el desierto de tus buenas intenciones. Simplemente deja que el Señor te alcance. ¡Para de correr! ¡No te escondas en tu moralismo, ni en tus promesas, ni en tu dominio propio! Solo déjate encontrar, porque desde la eternidad Jesús salió a buscarte.
Enfrenta este nuevo día confiando en Jesús y no en ti. Deja que el Señor trabaje en ti y por ti. Recuerda el mensaje de Juan: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.”