Y no quisisteis
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! (Mateo 23:37)
Dios es un Dios de comunidad. La propia esencia de su ser lo muestra. Padre, Hijo y Espíritu Santo en una unidad indivisible, de un único Dios eterno.
Ese Dios creó al ser humano por amor. Primero a Adán. Y al verlo solo dijo “No es bueno que el hombre esté solo.” Realmente no es bueno. Desde ningún punto de vista. El ser humano no fue creado para vivir aislado de las otras personas. Por eso Dios les dijo: “Fructificad y multiplicaos y llenad la tierra.” Dios quería tener en esta tierra, un pueblo, peculiar y especial que viva unido. El factor de unidad sería el Propio Dios. Infelizmente el ser humano se apartó de Dios y el resultado fue la fragmentación. Empezaron las acusaciones, agresiones y la división.
La historia bíblica muestra que cada vez que los seres humanos volvían los ojos a Dios, se unían y cuando se apartaban de Él, se dividían. Sucedió con Caín. Se alejó, fue a un lugar distante, se apartó. El pecado lo llevó a aislarse.
Pasaron años. Vino el diluvio. Una familia se unió. El factor de unidad era Dios. Podrían haber sido muchos más, los que se juntasen, pero no buscaron a Dios. La comunidad de Dios nunca está cerrada. No es exclusivista, no hace diferencia entre los seres humanos. Basta creer.
Después del diluvio, los seres humanos trataron de formar una comunidad. En lugar de tener como factor de unidad a Dios, escogieron colocarse contra Dios. ¿Cuál fue el resultado? Confusión, desorden y fracaso. Así terminó la historia de Babel.
Por más bien intencionados que sean los planos de unidad del ser humano, si no tienen a Cristo como el centro, están condenados al fracaso. El ser humano natural es egoísta. Quiere todo para sí. Y aún cuando sus planes parezcan bellos por fuera, traen por dentro, la mancha miserable del egoísmo, que arruina todo.
Si te sientes solo, distante, triste y aislado, revisa tu relación con Cristo. Si intentas unir a un grupo y por más que te esfuerzas, nada logras, analiza la relación del grupo con Cristo. Solo Él puede unir los corazones. La parte humana es aceptar. Recuerda lo que dijo Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!”