Que ellos vean
Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados; porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste. Salmos 86:17
¿Qué señal? ¿De qué señal habla el salmista? De la obra prodigiosa de Dios en favor de sus hijos, de la acción libertadora de su poder; porque lamentablemente vivimos en un mundo donde el enemigo se deleita en traer dolor a los que temen al Señor.
Para eso se vale de instrumentos humanos, seres que no tienen en cuenta a Dios para nada, que se deleitan en hacer sufrir a los seguidores de Jesús. Los puedes encontrar en todos los lugares, en el centro de trabajo, en el vecindario, en la escuela y muchas veces, inclusive, en medio de la familia. Es gente que sin ningún motivo intenta perjudicarte, se coloca contra ti y te provoca. Personas que se alegran con tu desdicha y se entristecen con tus victorias.
¿A dónde van los hijos de Dios en esos momentos? David acudía a Dios y se escondía en los brazos del Padre eterno, recibiendo de Él ayuda y consuelo.
La palabra ayuda, en hebreo, encierra el sentido de fuerza, cuando sientes que ya no tienes más fuerzas, y la palabra consuelo, tiene la connotación de la madre que sopla la herida del hijo que llora de dolor. ¿No son dos figuras maravillosas?
Dios jamás hará por ti lo que es necesario que tú hagas. Él te ayudará, te fortalecerá y al mismo tiempo te consolará. ¿Y cuál será el resultado? Te levantarás para continuar la jornada, seguirás adelante aunque tus pies sangren y te duela el cuerpo, avanzarás, con la certidumbre de que no estás solo y todo eso se transformará en victoria.
Pero el versículo de hoy dice que la victoria de los justos se transforma en afronta para los enemigos de Dios. Las obras de victoria en tu vida son como marcas, cicatrices que hablan de una historia de lucha. En algún momento el enemigo te hirió, te hizo sangrar, en algún momento estuviste a punto de desanimarte y abandonar el camino, pero Dios te consoló, te ayudó y llegaste victorioso al fin de la jornada.
Por eso hoy, que tienes delante de ti, los desafíos de un nuevo día, vuelve tus ojos a la promesa divina. Él jamás te prometió que en esta vida no enfrentarías el dolor, pero te aseguró que sus obras de victoria serían una realidad en tu vida. ¿No es maravilloso?
Entonces dile hoy al Señor: “Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean avergonzados; porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste.”