Propósito eterno
Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. Efesios 1:4
Odiel anhela vivir la vida en su plenitud. “El cielo es el límite” se repite a sí mismo y corre sin frenos por la carretera peligrosa de la vida. Es joven. Demasiado joven tal vez, para haber pasado por la escuela del sufrimiento. Por eso cree que el dolor solo existe para los que se permiten ese “lujo.”
Sus padres sufren. Observan la desenfrenada carrera del hijo único. Quisieran decidir por él, pero no es posible. Llega un momento en que, a los padres, solo les resta orar para que al hijo le vaya bien. Cualquier palabra de advertencia levanta más el muro de separación que el propio hijo coloca.
Odiel detesta la palabra santo. La relaciona con adultos fanáticos que obligan a los jóvenes a vivir sin alegría ni gozo. A su mente vienen seres tristes, con el ceño fruncido y amargura en las palabras. Cada vez que oye hablar de la santidad, piensa en lo que esta “prohibido” hacer,
Pero santidad, según el versículo de hoy, tiene poco que ver con dejar de hacer cosas malas o practicar cosas buenas. Santidad, en el sentido literal de la palabra, significa haber sido “apartado para un propósito especial.” La consciencia de ese propósito es la que te lleva a vivir una vida diferente.
No estás en este mundo por acaso. Desde antes de la fundación del mundo, Dios quería que tu vida fuese sin mancha. La mancha no consiste solo en actos malos. La peor de las manchas es la deterioración del maravilloso carácter de Jesús en tu vida. En griego la palabra mancha es amomos, que significa imperfecto, defectuoso.
No fue así que saliste de las manos del creador. Tu destino es glorioso. El propósito para tu existencia es la perfección, pero algo sucedió a lo largo del camino y hoy, el propósito divino se está deteriorando en ti.
Santidad es volver al estado de plenitud que Jesús anhela. Un estado en el que, el mayor beneficiado eres tú. Por eso, no salgas hoy por los caminos desafiantes que este día te presenta, sin tomar consciencia del propósito divino para tu vida y sin recordar que “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.”