¡No hay diferencia!
Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan. Romanos 10:12
El avión había decolado y la niña todavía lloraba. En silencio. Tal vez pensando que en la intimidad de sus sentimientos nadie la veía. Pero después del escándalo que había ocurrido dentro del avión, antes del despegue, sería imposible dejar de verla.
Un hombre rico y famoso había tomado el lugar que le pertenecía a ella y nadie fue capaz de sacarlo de allí. Yo no lo oí, pero otro pasajero aseguró que el hombre le dijo a la chica:
-¿No sabes quién soy?
La chica pobre no sabía. Tampoco tuvo el valor de exigir que se respetase un derecho suyo. Aceptó “voluntariamente” viajar en otro lugar.
¡No hay diferencia! ¡Qué tremenda declaración de Pablo en un mundo de tanta diferencia! ¿Cuál es la razón que el Apóstol da, para que no haya diferencia? La riqueza de Cristo.
Riqueza en griego, es plouteo, que a la letra significa abundancia, cantidad más que suficiente para todos. Ora, si tenemos un Dios abundante, ¿por qué la mezquindad de pensar que alguien vale más, o menos, que el otro?
Pero la realidad de esta vida es el preconcepto. Raza, posición social, religión, dinero, cualquier cosa es motivo para sentirse superior o inferior.
En el texto de hoy Pablo afirma que las heridas causadas por el preconcepto pueden ser curadas, cuando invocas el nombre del Señor. A partir de ese momento, tu valor se mide por la sangre derramada en la cruz. Tu valor y el mío son extrínsecos. Quiere decir, no valemos por lo que somos o tenemos, sino por el amor de Jesús derramado a raudales en aquella montaña solitaria.
Cuando el viento helado de la indiferencia humana te haga sentir inferior; cuando te mires al espejo y los patrones de belleza impuestos por los órganos de comunicación te hagan sentir feo; cuando el fuego del preconcepto te queme y parezca derretir tus sueños; mira a la cruz del calvario y recuerda que Jesús no hubiera entregado la vida por ti si no valieses.
El amor cautiva, transforma, genera valor para soñar, vivir y luchar. Por eso Jesús te amó y se entregó por ti. Para devolverte la dignidad y la autoestima que el pecado te quitó.
Antes de salir hoy, para enfrentar la vida como ella es y no como te gustaría que fuese, recuerda que: “No hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan.”