Mi elección  diaria

En aquel día mirará el hombre a su Hacedor, y sus ojos contemplarán al Santo de Israel. (Isaías 17:7)

Júlia esbozó una linda sonrisa al recibir su regalo. Era el día de su cumpleaños y ella estaba soñando con ese presente por mucho tiempo; hablaba sobre él de día y de noche; a toda hora, en todo lugar.

Su papá se aproximó y le dijo:

-Hijita, déjame armar eso. Yo puedo ayudarte.

-¡No papito! Yo puedo sola.

Pasados 20 minutos vino el llanto. El juguete soñado, ansiado, hablado y cantado por mucho tiempo estaba roto y sin condición de ser usado. Con los ojos llenos de lágrimas la niña miró a su padre y le dijo: Papá, ¿puedes ayudarme?  ¿Arreglas  mi juguete?

El ser humano  no es más que un niño. Va por la vida queriendo hacer todo solo, y solo, se hiere, sufre y llora. Así es hoy, lo fue en el pasado y lo será hasta que Jesús vuelva.

El texto de hoy muestra esa realidad. El pueblo de Israel tenía un pacto establecido con Dios: Ustedes me obedecen y yo los cuido. Simple. Bastaba seguir ese acuerdo y la vida sería buena, sin dolor, ni lágrimas. Pero por más simple que pareciera, Israel insistía en ir por otro camino.

Se comprometió con la idolatría de los pueblos que lo rodeaban, puso de lado el pacto y al propio Dios. En varias ocasiones el Señor lo llamó de vuelta, lo invitó a sus brazos, lo buscó como a una manada perdida pero el pueblo simplemente dijo: ¡No! La consecuencia era inevitable.

Un día el poderoso ejército de Asiria vino con toda su fuerza, lo derrotó, lo esclavizó y lo humilló. Sobraron dolor, vergüenza, sufrimiento, y el pueblo, dice el texto de hoy, se acordó de Dios. ¿En esa hora? No, que Dios no lo oyese más, inclusive porque Dios siempre oye a su hijo; pero ¿tenía que esperar ese momento? Tantas invitaciones, mensajes, llamados y nada, pero cuando el dolor, la tristeza y la vergüenza llegaron, Israel se acordó de Dios.

En la vida existen opciones. Una de ellas es aceptar la protección divina cuanto todo va bien, y la otra es  buscar a Dios cuando todo va mal. En ambas Dios oye, te salva del dolor y te da la protección que necesitas, pero, ¿en qué situación piensas que es mejor buscarlo? 

Antes de comenzar un nuevo día repite: “Hoy oiré tu voz mi Creador, mis ojos estarán en ti Santo de Israel.”

Alejandro Bullon