¡Me libró!
Me libró de poderoso enemigo, y de los que me aborrecían, aunque eran más fuertes que yo. 2 Samuel 22:18
Virginia pasea por la orilla del río. Mira hacia abajo. Busca alguna cosa. De vez en cuando se agacha y mete algo en el bolso grande del delantal. Dejó su casa temprano y ha caminado dos horas para llegar al río.
Bajo la sombra de un enorme sauce, se detiene a examinar el resultado de su búsqueda y sonríe con sonrisa de Monalisa. Piedras. Muchas piedras. Grandes y pequeñas. Con el bolso lleno, camina decidida hacia el agua. Hacia adentro, hacia la corriente, hacia la parte más profunda.
Mira al cielo, se hace la señal de la cruz y suspira. Siente el cosquilleo del pedregullo en sus pies, el frío en sus pantorrillas. Sonríe nuevamente, al notar que su plan está funcionando. No le sucederá como la otra vez, que se metió al río pero salió flotando. Salió mojada y triste. Mojada de derrota. Y al regresar a casa tuvo que mentirle al esposo y decirle que se había caído al río.
Esta vez no tendrá que mentir. No flotará. Ahora será definitivo. La muerte la espera allá en el fondo del río.
Fue así de simples que Virginia Woolf, una de las más extraordinarias escritoras inglesas del siglo pasado, cometió suicidio en 1941. Su cuerpo, ya en estado de descomposición fue encontrado a la orilla del río por dos niños que jugaban distraídos.
En la carta de despedida que dejó a su esposo decía entre otras cosas. “Me persiguen las voces y no logro soportarlas”.
¿Quién no se ha sentido perseguido alguna vez? En el lugar de trabajo, en la escuela, en el vecindario y hasta en la familia ¿No has sentido, la mirada sarcástica o hiriente de alguien que no te simpatiza?
La vida de David, el autor del texto de hoy, fue también una vida perseguida. Enemigos gratuitos aparecían todos los días. Voces agresivas, maldosas, calumniadoras. Su propio hijo Absalón se levantó contra él, ambicionando el trono. Solo que David, al contrario de Virginia, sabía a dónde ir en busca de ayuda.
No temas delante de las voces que se levantan contra ti. No huyas. No busques salidas fáciles. El Dios de David es también el tuyo. Puede serlo, si en este momento, antes de partir para la lucha de la vida, tomas tiempo para arrodillarte y declarar con confianza:”Me libró del poderoso enemigo, y de los que me aborrecían, aunque eran más fuertes que yo”. Sí, la lucha todavía no comenzó paro Dios ya te libró.