¡Decídete!
Respondió Rut: no me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dónde quiera que tú fueres iré yo, y donde quiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios. Rut 1:16
Edson sufría. Su dolor era el dolor del espíritu. Su lucha, interior. Aquella que cuando te hiere, no sangra por fuera. Aquella que nadie ve, y sin embargo te incomoda de día y de noche.
Todo había empezado al encontrarse con verdades ignoradas. Estaban allí, en la Biblia, un libro tan antiguo y tan nuevo al mismo tiempo. La actualidad, practicidad y relevancia de esas verdades lo asustaban y lo sorprendían. Le fascinaban y le causaban temor.
¿La Biblia, puede asustar? ¡Claro que sí! Remueve los fundamentos de todo lo creído. Sacude tus convicciones. Estremece tu realidad.
Delante de la Biblia solo tienes tres caminos: la aceptas, la niegas o la relativizas. Es decir, la acomodas a tu gusto, creas tu propia verdad, la particularizas, apenas para aplacar el grito de la consciencia.
Negarla sería tolo. ¿Cómo negar el día, si el sol brilla esplendoroso en medio del cielo azul? Mas fácil sería racionalizar en torno de esa realidad. Decir, por ejemplo, que es de día aquí, pero la noche envuelve a los que están al otro lado del planeta.
¡Olvídate de los que viven al otro lado de la tierra! Estamos hablando de tú realidad. ¿Por qué no la aceptas?
Edson sufría. Sentía el dolor de Rut, cuando le dijo a la suegra: “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios”. Era el dolor de la decisión. Decidir, jamás fue fácil. Confortable es quedarse encima del muro esperando ver de qué lado sopla el viento. Confortable, en palabras. Porque el espíritu sufre, se desintegra, se divide, se inhabilita para la felicidad.
Hay momentos en la vida en que es necesario dar el paso definitivo. Avanzar o retroceder. Decidir.
La decisión de Rut, la joven moabita quedará registrada en la historia, como una de las decisiones más extraordinarias. Miró a su pasado sin miedo. Contempló el nacer de un nuevo día. No renunció a sus convicciones. Les dio otra dirección.
La verdad no borra tu pasado. Le da sentido. Lo restablece. Te ubica en la única realidad que vale: la que viene de Dios. Por eso, Rut, le dijo a Noemí: “No me ruegues que de deje y me aparte de ti, porque a dónde quiera que fueres, iré yo y donde quiera que vivieres, viviré; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios.”